María Moliner

María Moliner Ruiz

(Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900 – Madrid, 22 de enero de 1981) 

Bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa española

y autora del “Diccionario del uso de español”

Fue hija del médico rural de Paniza, Enrique Moliner Sanz (1860-1923), y de Matilde Ruiz Lanaja (1872-1932). Se trasladó con poco más de dos años a Madrid, donde estudió con sus hermanos en la Institución Libre de Enseñanza, donde don Américo Castro suscitó su interés por la expresión lingüística y por la gramática.

Su padre abandonó a su familia, lo que motivó la vuelta de los Moliner a Aragón en 1915. Allí la familia salió adelante en buena parte gracias a la ayuda económica de María, que, aun siendo muy joven, se dedicó a dar clases particulares de latín, matemáticas e historia. Al mismo tiempo, estudió el Bachillerato como alumna libre: se graduó en 1918. Según dirían más tarde sus hijos, estas duras circunstancias fueron fundamentales en el desarrollo de la personalidad de su madre.

En Zaragoza se formó y trabajó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, dirigido por Juan Moneva desde 1917 hasta 1921, años en los que colaboró en la realización del Diccionario aragonés de dicha institución. Se licenció en 1921 en la especialidad de Historia, la única existente por entonces en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, con las máximas calificaciones y Premio Extraordinario.

Al año siguiente María ganó las oposiciones para el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, siendo destinada en agosto al Archivo General de Simancas, desde el que pasó, en 1924, al Archivo de la Delegación de Hacienda en Murcia y años más tarde, a comienzos de los treinta, al de Valencia.

     En Murcia conoció a Fernando Ramón Ferrando, por entonces joven licenciado en Física, con quien se casó en 1925. Allí nacieron sus dos primeros hijos. Ya en Valencia nacieron los dos hijos menores.

La labor de Moliner en el decenio 1929-1939 como parte muy activa en la política bibliotecaria nacional, especialmente durante la República, fue muy importante. Su inclinación por el archivo, por la organización de bibliotecas y por la difusión cultural, la llevó a reflexionar sobre ello en varios textos: Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España (1935) y a una participación muy activa en el grupo de trabajo que publicó, de forma colectiva, el librito Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (1937), un trabajo vinculado a las “Misiones Pedagógicas” de la República. Además, dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia, participó en la Junta de Adquisición de Libros e Intercambio Internacional, que tenía el encargo de dar a conocer al mundo los libros que se editaban en España, y desarrolló un amplio trabajo como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico, creado en febrero de 1937, en la que Moliner fue encargada de la Subsección de Bibliotecas Escolares.

    Tras la derrota del bando republicano en la Guerra Civil Española el matrimonio fue depurado: él perdió la cátedra y fue trasladado a Murcia; María regresó al Archivo de Hacienda de Valencia, bajando dieciocho niveles en el escalafón del Cuerpo.

En 1946 su marido fue rehabilitado y fue trasladado como catedrático de Física a la Universidad de Salamanca. A su vez, María se incorporó a la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, llegando a ser su directora hasta su jubilación en 1970.

Los últimos años de la vida de María estuvieron marcados por el cuidado de su marido, jubilado en 1962, enfermo y ciego ya para 1968, y por el deseo de pulir y ampliar con tranquilidad su famoso “Diccionario de uso del español” (publicado en dos grandes volúmenes en 1966-1967). Sin embargo, en el verano de 1973 surgieron repentinamente los primeros síntomas de una arterioesclerosis cerebral, enfermedad que la iría retirando de toda actividad intelectual hasta su muerte en 1981.

 

Diccionario de Uso del Español de doña María Moliner

       Hacia 1952 su hijo Fernando le trajo de París un libro que llamó profundamente su atención, el “Learner’s Dictionary of Current English” de A. S. Hornby (1948). A ella, que, consciente de las deficiencias del DRAE, andaba ya confeccionando anotaciones sobre vocablos, este libro le dio la idea de hacer “un pequeño diccionario,… en dos añitos“. Por entonces comenzó a componer su “Diccionario de uso del español”, enorme empresa que le llevaría más de quince años, trabajando siempre en su casa. A instancias del académico Dámaso Alonso, que seguía con interés su trabajo y tenía conexiones con la editorial Gredos, Moliner acabó firmando, en 1955, un contrato con ésta para la futura publicación de la obra, cuya edición tipográfica fue extremadamente laboriosa.

Su Diccionario se compuso de definiciones, de sinónimos, de expresiones y frases hechas, y de familias de palabras. Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C (criterio que la RAE no seguiría hasta 1994), o términos de uso ya común pero que la RAE no había admitido, como “cibernética”, y agregó una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. Ella misma afirmó: “El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad“… “Si yo me pongo a pensar qué es mi diccionario me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo“.

La primera fue publicada en 1966-67 por la editorial Gredos.

 

La relación con la Real Academia Española

     El 7 de noviembre de 1972, el escritor Daniel Sueiro entrevistaba en el Heraldo de Aragón a María Moliner. El titular era un interrogante: «¿Será María Moliner la primera mujer que entre en la Academia. La habían propuesto Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. Pero el electo sería Emilio Alarcos Llorach.

        La causa del rechazo pudo ser una combinación de su condición de mujer (hubiera sido la primera en ser admitida a la institución) y su no pertenencia a la filología académica.

       La escritora Carmen Conde, que sería muy pocos años después, en 1978, la primera mujer admitida a la Academia, siempre ha reconocido que ocupaba el puesto que hubiera debido corresponder a María Moliner, y no olvidó mencionarlo indirectamente en su discurso de ingreso, en 1979: “Vuestra noble decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria”.

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