Érase una vez una familia que acababa de mudarse a una casa situada a las afueras de la ciudad de León. Era vieja, pero muy grande. Estuvo a la venta durante muchos años, pero nadie estaba interesado en comprarla ya que había rumores de que una maldición permanecía atrapada en sus paredes. 

Cuando la familia llegó por primera vez, empezaron a limpiarla y reformarla a su gusto para poder instalarse allí cómodamente. Cambiaron los muebles y le dieron otra mano de pintura, haciéndola más acogedora. Tardaron semanas, pero al final consiguieron su objetivo. Ya no parecía la misma casa que era semanas atrás. 

Unos meses más tarde, ya se habían acostumbrado a su nueva residencia, pero para su desgracia, empezaron a suceder cosas muy extrañas. Además, Teresa, la hija menor de la familia, se comportaba de una forma bastante rara desde que llegó a la vivienda. Lidia, su madre, decidió espiarla para averiguar el motivo de su comportamiento, y casi le da un infarto al ver lo que hacía por las noches. 

Teresa, al caer el sol, se subía al tejado a través de una escalera de mano, y caminaba sobre él en círculos durante un buen rato. 

Lidia, tras presenciar varias noches seguidas el mismo acontecimiento, decidió hablar con ella e indagar un poco más. Aquel día, al cruzar el pasillo en dirección a su habitación, escuchó un ruido proveniente de ese dormitorio. Por ello, avanzó sigilosamente y asomó la cabeza por la puerta, que estaba entreabierta. Desde ahí pudo observar unos cortes que tenía su hija en sus brazos y cómo ella estaba tarareando una especie de canción algo siniestra. 

Al día siguiente, durante la comida, Lidia decidió hablar con Teresa delante del resto de miembros de la familia, para que ellos también supieran lo que estaba sucediendo. Ella le preguntó a Teresa cómo se sentía y si quería contarles algo, a lo que respondió lo siguiente. Les informó que hacía un tiempo que no se encontraba del todo bien y que por las noches, una vez que se quedaba dormida, sentía como si algo dentro de ella se manifestara y pidiera a gritos salir. Lidia, que no esperaba la respuesta de su hija, decidió hablar con una vecina sobre la supuesta maldición de la casa. 

Maribel, una vecina octogenaria que vivía a pocos metros de ellos, le contó un suceso ocurrido veinte años atrás. Al parecer, una familia peculiar residía allí, y su pequeña hija Andrea, de tan solo siete años, murió en ese lugar, tras tirarse por la ventana del altillo después de un conflicto con sus padres. Maribel le dijo que todavía había rumores de que el alma de Andrea seguía viva. La madre de Teresa, al escuchar esto, le explicó a su amable vecina lo que le estaba ocurriendo a su hija. La anciana le aconsejó que abandonara la casa cuanto antes y llevara a Teresa a un centro de desintoxicación y rehabilitación, donde la ayudarían a superar este trance. Lidia quiso seguir el consejo de Maribel, pero cuando llegó a su casa era demasiado tarde. Tomás, su esposo, y Adrián, su hijo mayor, yacían en un charco de sangre junto a una ventana del piso superior. Lidia, ante esa espantosa escena, se acercó a su familia para ver si aún tenían pulso, cosa que no dio el resultado esperado. Por este motivo, rompió en llanto. Este se agudizó cuando, al girar la cabeza, vio una nota escrita con sangre junto a los cadáveres. Su contenido decía: “Ahora me llamo Andrea y ellos no son mi familia”. La madre, que se encontraba muy asustada y conmovida, entendió que su hija pequeña, Teresa, estaba poseída y era muy tarde para ayudarla. Lidia, destrozada y con los ojos cristalizados, abandonó la casa donde tanto había sufrido y no volvió a poner un pie en ella nunca más. 

Mientras, “Andrea”, siguió viviendo tranquilamente allí, hasta que llegó otra familia dispuesta a ocupar la vivienda y llenarla de vida. 

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