Con motivo del 8 de marzo en Lengua y Literatura recordamos a algunas autoras de la historia y un movimiento cultural conocido como “la querella de las mujeres” a partir de un artículo escrito y publicado en 2019 por una de las profesoras del departamento:
A finales de la Edad Media se produjo un movimiento intelectual reivindicativo que debatía acerca del derecho a la educación de las mujeres y la lucha contra la idea de la inferioridad femenina. Como respuesta al mundo académico que no admitía a la mujer, este movimiento defendía que las mujeres eran tan valiosas como los hombres y como debate literario y académico duró hasta el siglo XVIII.
La primera intelectual que planteó estos asuntos fue la italiana afincada en Francia Christine de Pizan (1364-1430), con la obra La ciudad de las damas, publicada en 1405. En ella, la autora trata el derecho de la mujer a estudiar y a enseñar los conocimientos adquiridos. Llegó a proponer una “utopía”, un mundo de mujeres:
Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos.
Este debate intelectual no tardó mucho en llegar a los reinos cristianos de España, sobre todo al reino de Aragón, en el que Diego de Valera publicó el Tratado en defensa de virtuosas mujeres en 1441. También en el siglo XV, Álvaro de Luna publicó el Libro de las claras y virtuosas mujeres y Juan Rodríguez del Padrón su Triunfo de las donas. Estas obras tenían en común el propósito de mostrar, a través de figuras femeninas conocidas, las capacidades de las mujeres.
Algunas autoras españolas que participaron en este movimiento de defensa de las mujeres fueron las religiosas Teresa de Cartagena e Isabel de Villena. Esta última escribió una Vita Christi en la que realiza esa defensa de la mujer narrando la vida de Jesús de Nazaret, explicando su vida a través de las mujeres que lo rodearon.
Entre las obras de Teresa de Cartagena, destaca la Admiración a las obras de Dios, escrito a petición de Juana de Mendoza tras las críticas que recibió por su primera obra (Arboleda de los enfermos) y que constituye una aproximación a la defensa de la mujer. Argumenta que a las mujeres les ha sido concedido “por gracia, su divino propio y, a los hombres, el suyo”. Este libro es el primero conocido en lengua castellana escrito por una mujer participando en la “Querella de las Mujeres”:
Pero hay otra cosa que no debo consentir, pues la verdad no la consiente: parece ser que no solamente se maravillan los prudentes del tratado mencionado, sino que incluso algunos no pueden creer que sea verdad que yo haya hecho tanto bien; que en mí menos es de lo que se presupone, pero en la misericordia de Dios mayores bienes se hallan. Y como me dicen, virtuosa señora, que el citado volumen de papeles en borrador ha llegado a la noticia del señor Gómez Manrique y vuestra, no sé si la duda que rodea al tratado se le ha presentado a vuestra discreción. Y, aunque la obra buena, que ante el sujeto de la soberana verdad es verdadera y cierta, no resulta muy dañada si es tenida por dudosa –como esta- en la acogida y juicio de los hombres humanos, ello puede destrozar y destroza la sustancia de la escritura; e incluso parece retirar muy mucho el beneficio y gracia que Dios me hizo. Por todo esto, en honor y gloria de este soberano y liberal Señor, de cuya misericordia está llena la tierra, yo, que soy un pequeño pedazo de tierra, me atrevo a presentar a vuestra gran discreción esto que a la mía, pequeña y flaca, se le ofrece por ahora.”
En Francia encontramos a María de Gournay (1565-1645), que dedicó su vida al estudio. Entre sus obras destaca Agravio de damas, de 1622:
Aunque las damas tengan las razones no hay miserable que no las rebata, con la aprobación de la mayor parte de los asistentes, cuando su muda elocuencia, sólo mediante una sonrisa o un ligero meneo de cabeza dice: Es una mujer la que habla.
Durante los siglos de Oro en español escriben tres mujeres ilustres: María de Zayas y Sotomayor (1590-1660), Ana Caro de Mallén (1590-1646) y Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). Las dos primeras fueron amigas, De María Zayas se ha dicho que pretendía llamar la atención sobre las limitaciones que la sociedad de su tiempo imponía a las mujeres. Y en sus obras pedía que las mujeres se instruyeran en las Artes y las Ciencias, al igual que los hombres, reivindicando la capacidad intelectual de las mujeres:
¿Nuestra alma no es la misma que la de los hombres? Pues si ella es la que da valor al cuerpo, ¿quién obliga a los nuestros a tanta cobardía? Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotras valor y fortaleza, no es burlaríais como os burláis; y así, por tenernos sujetas desde que nacimos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas, ruecas, y por libros, almohadillas.
Ana Caro de Mallén fue poeta y dramaturga. Fue una de las primeras autoras profesionales. Entre sus obras destaca Valor, agravio y mujer, en la que ironiza sobre la sociedad y los valores típicamente masculinos. Presenta el tópico de la mujer vestida de hombre, lo que sirve a la autora para presentar una serie de equívocos y enredos. El personaje del gracioso dice en la obra:
Aun quieren poetizar
las mujeres, y se atreven
a hacer comedias ya
Por otra parte, son famosos los versos de Sor Juana Inés de la Cruz:
Hombres necios que acusáis
A la mujer sin razón,
Sin ver que sois la ocasión
De lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual
Solicitáis su desdén,
¿Por qué queréis que obren bien
Si las incitáis al mal?
Entre las autoras que se incluyen en este movimiento de la “querella de las mujeres” encontramos también a la francesa Madame de Lambert (1647-1733), que se quejaba de que en su tiempo el acceso a la educación estaba reservado a unas pocas privilegiadas de clase alta, que debían luchar contra los prejuicios. Madame de Lambert organizaba salones literarios. Escribió obras como Consejos de una madre a su hija y Reflexiones nuevas sobre las mujeres:
Estropeamos todas las disposiciones que les ha dado la naturaleza: comenzamos por descuidar su educación, no ocupamos su espíritu en nada sólido; y el corazón se aprovecha: las destinamos a complacer, y no nos complacen más que por sus gracias o por sus vicios. Parece como si no estuvieran hechas para otra cosa que para ser un espectáculo agradable a nuestros ojos, no piensan en otra cosa que en cultivar sus gracias, y se dejan llevar cómodamente por las inclinaciones de la naturaleza; no rechazan los gustos que no creen haber recibido de la naturaleza para combatirlos.
En Inglaterra destacan dos autoras: Lady Winchilsea (1661-1720) y Mary Astell (1666-1731). Anne Finch, Condesa de Winchilsea, expresaba en sus obras el deseo de ser respetada como poeta y describía lo difícil de la situación de las mujeres. Al parecer, escribía a escondidas:
¡Ay de la mujer que coge la pluma!
Es considerada una persona tan presuntuosa,
Que no hay virtud que pueda redimirla de su delito.
Se nos dice que eso es falsear nuestro sexo, y nuestro destino;
Los buenos modales, las modas, la danza, los vestidos,
Son las únicas actividades a que debemos aspirar;
Escribir o leer, o pensar, o investigar,
Todo eso enturbiaría nuestra belleza,
Nos haría malgastar el tiempo…
Mary Astell fue una mujer reconocida en su tiempo por su ingenio y erudición, creó un precedente que sería seguido por otras mujeres de la sociedad inglesa: el de la mujer instruida que elige vivir sola y en relación con otras mujeres, y que deseaba saber. Su tío fue su preceptor, de forma que la educó en filosofía, matemáticas y lenguas modernas. En su obra A serious proposal to the ladies (1697) expresaba una de sus ideas, que las mujeres que desearan estudiar alejadas del mundo fueran recluidas en un convento académico:
¿Qué haré? No pretendo ser rica o poderosa
ni cortejada o admirada
ni elogiada por mi belleza ni exaltada por mi ingenio
¡Ay! Nada de esto merece mi empeño o mi sudor,
ni puede contentar mis ambiciones;
mi alma, nacida para más, nunca se someterá a tales cosas,
sino que seré algo grande
en sí mismo y no en el aprecio del vulgo.