Me llamo Sara Collins y este es un día muy importante para el futuro de mi carrera. Desde muy pequeña he querido ser psicóloga y en una hora podría hacerse realidad. Hoy, William Davenport, jefe de admisiones de la Universidad de Harvard, en Cambridge, vendrá a verme a la conferencia que daré sobre la identidad social. Tendrá lugar en el salón de actos de mi instituto. Este evento podría ser clave para entrar en Harvard, ya que uno de los requisitos para poder estudiar allí, es saber desenvolverse hablando en público y la creatividad a la hora de hacerlo, entre otros muchos. Además, no sería la única que hablaría. Adrik Brown y Grace Evans, dos prestigiosos alumnos de mi misma promoción, también estaban interesados en entrar en dicha universidad. Y, ¿a qué no adivináis qué? ¡Solo quedaba una vacante! Todo esto me ponía muy nerviosa, estaba sometida a demasiada presión. Quedaban quince minutos para mi gran momento y yo me encontraba encerrada en el laboratorio de Química, practicando mi discurso. Justo cuando me disponía a salir de allí, me quedé paralizada. Grace acababa de bloquear la puerta con una tabla de madera. Intenté abrirla, pero era imposible, no tenía escapatoria. Grité con todas mis fuerzas pidiendo ayuda. Nadie me escuchó. Finas lágrimas corrían por mi rostro. Me sentía frustrada, le había dedicado muchísimas horas y esfuerzo a este proyecto, y ahora, no servía de nada. En ese momento, una idea vino a mi mente, tal vez, Alan, el profesor de física y química, tuviera algo que me ayudara a huir de esta clase. Me dirigí al armario situado al final de la clase y, al entreabrirlo, me mareé, y caí inconsciente al frío suelo. 

Cuando finalmente conseguí despertar, entré en estado de shock. No estaba en aquel aula. Era un sitio totalmente desconocido. Estaba tumbada en una especie de camilla y a mi alrededor había varias personas. Llevaban lo que parecían disfraces egipcios. Todo era muy extraño. Entonces, una mujer que se encontraba a mi lado, me abrazó, llorando desconsoladamente. Después, me entregó un pergamino y abandonó la sala junto con las otras dos chicas que estaban ahí, dejándome sola. Lo que decía me dejó desconcertada, hasta que lo entendí todo. Por alguna razón que desconozco, aquel armario del laboratorio del señor Adam, era una especie de máquina del tiempo. Me había transportado al antiguo Egipto y no solo eso, sino que ¡estaba dentro del cuerpo de otra persona! Increíble, ¿verdad? Ahora me llamaba Sacmis y acababa de salir de un coma. Por eso, esa señora que me rodeó con sus brazos estaba tan conmocionada. Lo que más me impresionaba era que podía entender perfectamente los jeroglíficos que aparecían en el mensaje. De repente, una voz masculina interrumpió mis pensamientos. 

-Princesa, Nefertiti te está esperando- dijo él. 

Sorprendida por sus palabras, fui escoltada por ese hombre hasta la reina. En cuanto me vio, me fundió en un cálido abrazo. 

-Hija, no sabes cuánto me alegro de que por fin estés conmigo. No te puedes imaginar lo mucho que te he echado de menos- exclamó. 

-Yo también, mamá- le respondí, tratando de sonar lo más natural y creíble posible para que no notara que no era su verdadera descendiente. Ya que había viajado accidentalmente hasta allí, tenía que aprovechar el momento, nunca se sabe si lo podré volver a experimentar algún día. Después de ese emotivo recibimiento, me quedé un rato hablando con mi actual madre, la cual me puso al día de todos los acontecimientos sucedidos durante mi ausencia. 

Horas más tarde, salí del palacio sin rumbo fijo. Tras un breve paseo, me quedé boquiabierta. Delante de mí, se encontraba una gran pirámide iluminada por los rayos solares. Era sin dudas mil veces mejor que la que vi por última vez en el libro de historia. Nunca me había fascinado esa materia, pero poco a poco me estaba dando cuenta de que lo que realmente no me gustaba era tener que memorizar todas las fechas y nombres de los monarcas. En cambio, al tener delante una de las mejores maravillas del mundo antiguo, me lo estaba replanteando. Seguí caminando y llegué ante una edificación inmensa. La curiosidad me invadió, por lo que decidí entrar. Por suerte, estaba vacío. Conforme me fui adentrando, comencé a ver estanterías repletas de manuscritos. Debía de ser una biblioteca. Giré la cabeza y algo me llamó la atención. El pasillo número 17. Para entrar en él debías atravesar una puerta cerrada con llave. Me resultó muy extraño, así que me acerqué a echar un vistazo. Era una cerradura tubular. Mi padre es cerrajero y años atrás me enseñó lo básico que debía saber para ejercer esa profesión. Afortunadamente, aún me acordaba. Miré en el bolsillo interior de mi vestido y efectivamente, ahí permanecía. Saqué mi horquilla y me dispuse a tratar de abrirla. ¡Bingo! A paso silencioso me adentré en esa estancia, cuando escuché a alguien hablar.

 -¿Quién anda ahí?- exclamó un hombre –  ¿Sabe usted que esta es una sección prohibida? Solo puede entrar quien tenga permiso-.

Inconscientemente, me toqué el cuello. Pasados unos segundos el hombre entró,  pasando por delante de mí. 

-Qué raro, no hay nadie- dijo él. 

Estaba desconcertada, el hombre me miró, pero ¿cómo es posible que no me viera? Seguí andando hasta que vi un espejo. Me situé enfrente y me quedé sin habla. No me reflejaba en él. Espera… ¡era invisible! No, eso es imposible, solo sucede en las películas, no es real, traté de convencerme a mí misma. Sin querer rocé mi cuello de nuevo y conseguí verme en dicho espejo. No podía ser casualidad. En ese momento, me percaté de que llevaba una especie de amuleto colgado. Y fue en ese instante cuando me di cuenta de que esas dos veces, no me había tocado la piel, sino… ¡ese colgante! Al parecer, era capaz de concederme el poder de la invisibilidad cuando mis manos entraban en contacto con él. Era alucinante. 

Llegó la noche y yo ya me encontraba de vuelta en casa. Cené y me dirigí a mi cuarto. Era grande, casi como un gimnasio, aunque no le faltaba el toque elegante y sofisticado. Me gustaba y mucho, incluso más que mi habitación del otro mundo, y mira que es difícil.

Los días pasaron muy rápido y ya me estaba acostumbrando a vivir en aquella hermosa época. Esta era mi tercera semana aquí. De momento no había ocurrido nada fuera de lo normal, hasta hoy. En unas horas se casaban Isis y Memphis, unos amigos cercanos de mis padres. La celebración tendría lugar en un jardín muy bonito. En él comeríamos y pasaríamos la tarde. 

 

Más tarde…

 

-¡Vivan los novios!- gritó la multitud. 

Todos los invitados estaban aplaudiendo al feliz matrimonio, mientras yo trataba de encontrar el aseo. Me disponía a salir de él, cuando me tropecé con una toalla y caí rendida al suelo. A partir de ahí lo ví todo negro, a la misma vez que la angustia se iba apoderando de mi cuerpo. Sentí como si estuviera deslizándome por un tobogán. 

Lentamente abrí los ojos. Me encontraba tirada en el laboratorio de Física y Química. ¡Había vuelto a casa! Una creciente sensación de felicidad se estableció en mí, aunque por otra parte me daba pena abandonar aquel lugar, conocí a personas realmente agradables. Un pensamiento invadió mi mente: ¡la presentación! Tras forcejear con la puerta, conseguí salir de aquel aula y fui corriendo hacia el salón de actos. Era el turno de Adrik, yo era la siguiente, ¡qué alivio! A pesar de todo, me resultó raro que estando en otra realidad hubiera pasado tanto tiempo cuando aquí apenas transcurrieron unas horas. Finalmente llegó mi turno. Subí al escenario y recibí una mirada de asombro y de odio por parte de Grace. No le di mucha importancia, ya que tenía que centrarme y tratar de hacerlo lo mejor posible, por lo que comencé con mi conferencia. 

Todos los presentes se encontraban aplaudiendo, creo que les encantó, y… no es por presumir, pero creo que me salió perfectamente.

-Ahora, señores y señoras, escuchemos unas palabras de nuestro queridísimo William Davenport – exclamó el director-. Un aplauso para él, por favor-.

-Muchas gracias, Robert. La verdad, me habéis dejado sin palabras. Las presentaciones han estado geniales, de verdad. Por ello me gustaría felicitaros a todos, pero me temo que hay un estudiante que me ha impresionado mucho más. Es por esto que esa persona ha sido seleccionada para poder estudiar en Harvard. Y él o ella es… ¡Sara Collins! Felicidades.

No me lo podía creer, mi sueño por fin se había hecho realidad. 

 

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