“Fascismo. Todos nos hemos considerado mejores, mejores que los demás,

y lo que es aún peor, hemos excluido de nuestro grupo a todos aquellos que no pensaban igual.

Les hemos hecho daño.”  La ola (2008)

 

 

       Las banderas que defienden su patria egoísta se van alzando, la dirección de las manos corrompidas por una educación inocua comienzan a representar el anticuado saludo fascista que aterrorizó a generaciones pasadas, los mensajes de odio y el veto a la libertad están siendo popularizados. La exclusión a terceros, la obsesión irracional por el ultranacionalismo como vía de escape, y en concreto el miedo y el aparente olvido,  protagonizan la parte de la historia de la humanidad que nos empuja a pertenecer a un unísono que excluye al ignorado. Este movimiento, el resurgir de una retórica implacable desde 1945, se convierte, cada vez más, en una distopía verdaderamente temida.

     El origen del abuso de poder y el movimiento fascista

El odio por la diferencia y el miedo a la libertad individual y colectiva ha existido siempre. Tanto en la época del Imperio Romano como el nacimiento del fascismo tras la Primera Guerra Mundial, ha habido una característica común que iba tomando más o menos fuerza en cada etapa histórica: el abuso de una autoridad defendida como legítima. Este pensamiento adquirido por quien basa sus decisiones en su poder, se ha visto reflejada desde personajes como Calígula (12-41 d.C) o Iván IV “El terrible” (1547-1584) hasta dictadores más recientes como Benito Mussolini (1883-1945) o Augusto Pinochet (1915-2006). Sin embargo, este poder “legítimo” y el abuso del mismo, es únicamente una ínfima parte de la base histórica que da pie al pensamiento de un fascista.

El término “fascismo” proviene del italiano fascio, del latín fascisque alude a los signos de la autoridad de los magistrados romanos. Esta expresión, que refleja en parte lo mencionado anteriormente, fue utilizada con el nacimiento del fascismo surgido en Italia tras la Primera Guerra Mundial, que fue difundiéndose por Europa al tomar la frustración y el miedo de los individuos como impulsor de este movimiento, pues estaban corrompidos por la desesperación y necesitaban sentirse parte de un grupo que asegurara un cambio en sus vidas destrozadas por la guerra.

     Como se ha podido ver durante la etapa de la Italia fascista o en el caso similar de Alemania, la crisis políticas, económicas y sociales tras la Gran Guerra dieron lugar a la agitación de los sectores más radicales de la clase obrera, provocando cierta inquietud entre las clases medias y la burguesía, atraídas por la acción contrarrevolucionaria y violenta. Además, el nacionalismo tuvo un papel característico tras el sentimiento de un país herido por la guerra (en concreto por las negociaciones en la Paz de París), y la población necesitaba culpar de las calamidades a diversos colectivos que solían ser discriminados, como ocurrió con los judíos en Alemania durante el nazismo, o bien con otros colectivos como el LGBTIQ+, los defensores del comunismo, los de etnia gitana o de otros rasgos excluidos socialmente.

     Para que esta desconfianza y frustración disminuyeran, necesitaban dar culto a un líder con el que compartieran pensamientos y que prometiera un objetivo ideal para su condición, dando lugar al ascenso de Adolf Hitler al poder, entre muchos otros.

     En definitiva, el fascismo se caracteriza por el nacionalismo, el corporativismo (que diluye el principio de lucha de clases), el racismo, el culto a un líder carismático, el autoritarismo, el totalitarismo, el control de los medios (incluyendo la educación), la persecución de la oposición al régimen, y el militarismo (además, el ultracatolicismo también era característico del franquismo en España). Todas estas características, en mayor o menor medida, parecen reflejarse tímidamente entre diversos partidos y en representantes políticos actuales en Europa, América y Asia, fundamentalmente. Por ello, una vuelta a la retórica de la extrema derecha abre un debate acerca de un movimiento que debería haber sido abolido tras la Segunda Guerra Mundial, o bien hace 47 años, cuando desapareció la dictadura franquista en este país.

      Para prever su trayectoria, echar la vista atrás será necesario para comprender su evolución.

     Después del odio

     El 28 de abril de 1945, Benito Mussolini, jefe del Partido Fascista Republicano y Duce de la República de Saló, fue capturado y fusilado junto a su amante: sus cadáveres fueron expuestos y profanados con el fin de simbolizar la caída del fascismo en Italia. Algo semejante ocurrió dos días después, cuando Adolf Hitler se suicidó junto a su pareja en el búnker cercano a la Cancillería del Reich en Berlín. Ambas muertes, después de millones invisibilizadas que empezaban a nombrarse como genocidio, fueron la llamada al fin del fascismo, al fin de una opresión continua y al comienzo de una libertad venidera.

En mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial, con la bomba atómica en Nagasaki y miles de muertes anunciadas. En 1945 acabó el terror, un miedo aparentemente eterno que no cedía ni un mínimo de esperanza ni bienestar.

Posterior a esta fecha, el miedo apodado como fascismo puntual desapareció, mientras que en España, donde la dictadura franquista daba pie al angustioso recuerdo del terror, la esperanza tardó 30 años más, .

     La actualidad

     Entre 1980 y 1990 aparecieron diversos movimientos europeos adheridos a esta ideología, dando lugar al término “neonazismo” o “neofascismo”. Lo cierto es que no tuvieron mayor relevancia en el panorama político de los países en los que habían aparecido. Sin embargo, a día de hoy, parece no haber permanecido atrás, cuando la extrema derecha decidió interrumpir contra todo pronóstico en política y el recuerdo en algunos volvía a aparecer inesperadamente. Desde el posible triunfo de la extrema derecha con Marine le Pen, en Francia,  hasta en países como Polonia, Hungría e incluso Italia, cuyo gobierno de coalición cuenta actualmente con dos partidos de ultraderecha. En 2017, Donald Trump se hacía dueño de la principal potencia capitalista, haciendo que el temor apareciera en un país que había luchado anteriormente contra esa misma ideología. En España, en las últimas elecciones, Vox consiguió ser la tercera fuerza, consiguiendo 52 escaños en el Congreso de los Diputados, un número mucho menor al que se prevé para las próximas elecciones de 2023. En países como Letonia, Estonia, Grecia y Países Bajos, ocurre algo semejante: los partidos ultraderechistas van teniendo mayor fuerza, y en algunos casos como Grecia aparecen discursos cercanos a los defendidos por el nazismo por parte de sus partidos con ideología semejante. América Latina no se queda atrás, en concreto con el auge de la ultraderecha en Brasil, Perú, Colombia, México y Argentina.

      Todo este movimiento se fortaleció con la pandemia, cuando las crisis, la frustración y el miedo acompañaban al olvido de personas que necesitaban un apoyo moral en la política que les asegurase cierto bienestar, además de poder justificar lo ocurrido responsabilizando a terceros. En definitiva, hacen del sentimiento de un país herido por una crisis sanitaria, energética y la consecuente crisis financiera, un propulsor de ideas y un motor para estos movimientos que prometen una libertad contradictoria y unos derechos que pretenden abolir.

    Al igual que en las crisis de entreguerras, la extrema derecha actúa con el mismo estilo de propaganda con el fin de recoger votantes dentro de una desesperación colectiva por la tranquilidad y el bienestar individual.

     El porvenir del fascismo

     La extrema derecha actual ha sido considerada en ocasiones (y cada vez más) como heredera del fascismo clásico del periodo de entreguerras, convirtiéndose en el fruto de una evolución por parte de este movimiento surgido a inicios del siglo XX. Por esta evolución, la extrema derecha y el fascismo no son sinónimos, pero sí son comparables, y en cierto modo, semejantes. Los mensajes de odio, el racismo, el ultranacionalismo, el veto a las leyes que nos permiten progresar como sociedad, la pretensión del control de los medios, el militarismo y el auge ultrarreligioso son algunas de las características que constituyen ambos movimientos. En definitiva, su ideología se basa en promover el miedo al progreso, al avance como sociedad con el fin de crecer colectivamente hasta conseguir el bienestar general.

Con las crisis actuales y venideras y el temor de cada individuo por cuánto costará superarlas, el auge de la extrema derecha en el mundo dejará huella, marcando resultados electorales y el propio comportamiento de la sociedad. El veto a ciertos derechos de la mujer, del inmigrante o de cualquier otro colectivo discriminado, podría llegar a ser característico en la sociedad, recordándonos cada vez más cómo van acercándose a cierto movimiento de la época de entreguerras.

El freno de este auge casi un siglo después dependerá de las nuevas generaciones, que deberán coger de la mano el recuerdo y dejar de lado el temor unido al olvido para hacerlos desaparecer.

 

Deja una respuesta