El 23 de octubre de 1940 se vieron las caras, por primera y última vez, el Führer y el Caudillo en la estación de tren de Hendaya. El Reich quería la colaboración de España en la Operación Félix pero Madrid tenía muy presente sus necesidades económicas y alimentarias.
España se había declarado país neutral al comienzo de la guerra en septiembre del 39 pero Hitler quería que los “ingratos” españoles apoyaran abiertamente al Eje para poder realizar la Operación Félix. También Italia comenzó neutral, pero en agosto de 1940 entró en la guerra y el Duce incitó a España a hacerlo también porque, de no hacerlo, quedaría “de lado de la historia europea determinada por las dos potencias del Eje”.
La reunión de Hendaya fue difícil de organizar, los alemanes desconfiaban de la seguridad española. Por ello, Himmler, jefe de las SS, visitó Madrid para constatar que España no sería escenario de atentado alguno a una de las personas más importantes e influyentes del momento. Antes de volver a Alemania viajó hasta Barcelona, a la Abadía de Montserrat, donde pretendía encontrar el Santo Grial (copa utilizada durante la Última Cena). Evidentemente, no lo halló.
Franco salió del Pardo dos días antes de la reunión, pernoctó en Burgos donde ultimó los detalles de la reunión y el mismo 23 fue hasta Hendaya remolcado por el SS-3, en el “Break”: un coche construido para uso de Alfonso XIII. El Führer se había entrevistado el día anterior con Pierre Laval y al día siguiente lo haría con el Mariscal Pétain. Montado en el “Amerika”, llamado así porque Hitler creía que en Europa había que hacer lo que se hizo en América en el siglo XVI, junto con su ministro de exteriores, Joachim von Ribbentrop, llegó a Hendaya a las tres y veinte de la tarde. Ocho minutos más tarde, por la vía de “ancho español”, apareció el Caudillo con su germanófilo ministro Ramón Serrano Suñer. Aunque llegó con cierto retraso, este está lejos de las horas que muchos creen que el Caudillo hizo esperar, intencionadamente, a Hitler; lo que no cuenta con respaldo alguno. Cabe recordar el estado de la línea férrea en España que, además de tener un ancho de vía distinto, sufría frecuentes retrasos en las horas de salidas y llegadas por la poca industrialización que nuestro país había alcanzado.
Las fotografías de este encuentro, definido por Juan Eslava como desencuentro, pertenecen al archivo fotográfico de la Agencia EFE. Toda la reunión quedó bajo secreto aunque se hicieron fotos en el andén de este histórico, y único, encuentro entre mandatarios. Ambos pasaron revisión a las tropas que estaban en el andén pero los documentos reales no son los que se publicaron durante el franquismo. Ojos abiertos, centímetros de estatura y brazos en alto son detalles que no se veían en las instantáneas encontradas en el año 2000.
Los matices psicológicos de la reunión merecen ser analizados por la importancia de ambos dictadores, en especial el Führer, en la política de la época. El Generalísimo le narró momentos de la Historia reciente de España, como el del Barranco del Lobo (Melilla. 1909), a lo que Hitler contestó con unos sonoros bostezos que, en palabras de Suñer, “decían claramente: a mí todo eso me importa tres pepinos”. Es también el ministro de exteriores español el que define la mirada hitleriana como una “poderosa: a veces como emanación fanática, otras como luz burlona, casi diabólica”.
Los altos mandatarios nazis consideraban excesivas las peticiones de una España que había recibido ayuda militar durante su guerra y no estaba dispuesta a combatir por la causa del Eje para saldar la deuda. Trigo, combustibles, el control sobre Gibraltar pero en especial el África del Régimen de Vichy, Camerún y Argelia eran condiciones inasumibles para Hitler. El Führer no iba a contentar al Régimen de Franco para enemistarse con el Régimen de Vichy que, a su juicio, estaba más capacitado para defenderlo de Gran Bretaña.
Según el escritor César Vidal, el jefe de la inteligencia nazi Wilhelm Canaris sería un protagonista de la no entrada, al menos militar, de España en la guerra. Canaris le aseguró a Franco que no se preocupara de una posible invasión nazi porque los alemanes tenían en la cabeza el objetivo del este (Operación Barbarroja). Con el Caudillo convencido de que sus fronteras nacionales no se verían alteradas por una supuesta invasión nazi, continuó sin entrar en el conflicto. Tan agradecido se mostró con Canaris que, con el asesinato de este acusado de conspirar contra Hitler, Franco concedió una pensión con dinero español a la viuda del alemán.
Después de la reunión no fueron tanto los acuerdos, que quedaron en secreto, sino los comentarios de ambas partes en relación con la otra lo que quedó para la posteridad. Franco apoyaba ideológicamente al Eje pero sabía que económicamente necesitaba a los Aliados. La España de la posguerra, esa del hambre y las cartillas de racionamiento que existió aunque el Régimen tratase de minimizarlas, necesitaba que los Aliados dejaran entrar trigo para paliar el hambre. Franco se adhirió al Eje, en secreto, y firmó el Protocolo por el que se comprometía a entrar en la guerra cuando se dieran “las condiciones pertinentes”. Dichas condiciones las elegiría España y no Alemania, como aspiraba Hitler. Las frases que quedaron para el recuerdo de los españoles fueron varias y realmente sorprendentes. El ministro de la propaganda alemana, Joseph Goebbles, no asistió a la reunión pero sí expresó que consideraba a los españoles “hidalgos de un imperio que ya no existe”; Hitler consideraba que eran “intrépidos pero sucios” y que con ellos no había nada que hacer y, de la persona de Franco en particular, opinó que era un “tipo demasiado engreído”. El lado español no se quedó atrás, el anglófilo traductor Álvarez de Estrada, el Barón de las Torres, le confesó al Caudillo que los alemanes eran “perturbados y maleducados”. Hay sospechas de que este traductor filtró información de lo acordado en la reunión al gobierno británico bajo el seudónimo de “T” aunque todavía no se han encontrado suficientes pruebas como para afirmarlo tajantemente. También Serrano Suñer habló de su homólogo alemán considerándolo “poco simpático, presuntuoso”. Pero el comentario más sonado es, sin duda, el del Führer que aseguró que prefería que le “arranquen tres o cuatro muelas antes de volver a reunirse con este tío [Franco]”.
El breve comunicado que dieron el Embajador alemán y el ministro español dista mucho de lo que, según los citados comentarios, ocurrió en la reunión: “El Führer ha tenido hoy con el jefe del Estado español, Generalísimo Franco, una entrevista en la frontera hispano-francesa. La conferencia se ha celebrado en un ambiente de camaradería y cordialidad entre ambas naciones”. Aunque no sea completamente cierto, era la imagen que el régimen quería proyectar de la situación y la que fue, durante el franquismo, versión oficial.
Hitler no consideraba imprescindible la ayuda española para conquistar Gibraltar, pero sí el poder pasar por el país para llegar hasta el peñón. El Führer pensó que no sería difícil convencer a los españoles de que apoyaran la Operación Félix militarmente porque Franco lo consideraba territorio irredento (Gibraltar es inglés desde 1713, Tratado de Utrech). No acabó de esta forma la reunión y Hitler no consiguió, por el momento, que España le apoyara militarmente. En diciembre, Suñer fue llamado a Berlín por el Führer para decidir la fecha de la entrada española en la guerra; porque la operación era “absolutamente necesaria” para ganar la Segunda Guerra Mundial. El día señalado por el gobierno alemán era el 10 de enero de 1941 pero Serrano Suñer no se consideró autorizado para fijar una fecha, además recordó que las condiciones de entrada las elegiría España, no el Tercer Reich a lo que un Hitler ya harto respondió que era la hora de que España tomara su parte.
España no entró en la Segunda Guerra Mundial porque Franco pedía muchos territorios y porque sabía que seguía necesitando el trigo que llegaba de Argentina y Canadá para paliar los devastadores efectos que había tenido la “Cruzada Nacional”. Aunque comenzó neutral, posteriormente se declaró como no beligerante para volver a la neutralidad en vista del devenir de los acontecimientos. Serrano Suñer reconoció en una entrevista a RNE en 1989 que tuvieron “mucha suerte de que no aceptaran las condiciones porque tal y como ocurrieron las cosas las hubiéramos perdido. Además, habríamos estado envueltos en la guerra y eso hubiera sido la ruina española”. Otras voces, alejadas del régimen franquista, opinan que la entrada en la guerra hubiera supuesto el fin prematuro de una dictadura que se alargó treinta años más que la de Alemania o Italia y, además, el país se hubiera beneficiado de los fondos del Plan Marshall al igual que otros países perdedores. Pero todo esto es especular sobre lo que podría, en condicional, haber acontecido. Lo que se debe estudiar y conocer es el transcurso de los acontecimientos que sucedieron, no de los que podrían haber sucedido si se hubieran desarrollado de otro modo. Por tentador que resulte especular, y como dice el lema de El Ministerio del Tiempo, el tiempo es el que es y el que ha sido: nuestra historia no es la mejor posible, pero no sabemos, ni sabremos nunca, las consecuencias de haber tomado otras decisiones, firmado otros pactos o ganado las guerras que perdimos.
Bibliografía:
Preston, P. (1998). Franco «Caudillo de España». Barcelona: Grijalbo Mondadori.
Serrano Suñer, R. (1947). Entre Hendaya y Gibraltar: (noticia y reflexión, frente a una leyenda, sobre nuestra política en dos guerras). Madrid: Ediciones y Publicaciones Españolas.